El 20 de julio de 1.969 el astronauta norteamericano Neil Armstrong (seguido poco después por su compañero Edwin Aldrin) caminaba sobre la superficie de la luna. A 35 años de esta epopeya, reproducimos un texto de Ramón Oria publicado originalmente en la página SONDASESPACIALES.COM
Acceda al mismo haciendo click en «Leer más…».
APOLLO XI Y LA APUESTA DE MARIO
Habían pasado treinta y cuatro años desde aquella célebre noche y Mario nunca había contemplado el acontecimiento en su totalidad. Como casi todo el mundo, no podía decir que en este tiempo hubiera visto mucho más que los críticos instantes del alunizaje o el momento del primer paso, imágenes repetidas ya mil veces, y que adornadas siempre por frases grandiosas habían conseguido, a su entender, que el hecho histórico fuera ya tan sólido, aburrido y frío en nuestras memorias como una venerable estatua.
-Eso no puede ser -dijo sin embargo a su amiga y compañera de trabajo-. A mí me lo vas a decir, que soy aficionado al asunto desde pequeñito. Mira, me acuerdo de que en aquellos días hasta le quitaba a mi padre los periódicos de las manos y…
-¿Van diez euros?
-Diez no. ¡Cien!
Al final la apuesta quedó en diez. Ciertamente su amiga debía sufrir una graciosa confusión. Su triunfo era seguro. No había peligro ante esa principiante que se iniciaba en el entusiasmo por la astronomía, y que últimamente adquiría todo tipo de libros y películas, entre ellas una sobre el primer paseo lunar. La chica se la había traído al trabajo por si le interesaba, y acertó, porque era un episodio histórico de dos horas y media muy atractivo para él. Aunque no tanto como para que en los últimos años le hubiera dado prioridad: sólo cuando su amiga le descubrió la cinta advirtió que después de tanto hablar y meditar sobre aquella gesta en realidad no había visto más que unos pocos fragmentos.
Solía decepcionarle el escaso rigor de los reportajes que aparecían en los aniversarios. Por ejemplo los de televisión, trufados a menudo de imágenes en color y sonidos de otras misiones. Y se resignaba al comprobar que apenas surgían reflexiones del recuerdo del viaje, porque al fín y al cabo sucedía con cualquier asunto astronómico. Lo que quedaba era tan pobre como sencillo: fueron, pronunciaron una frase célebre, plantaron una bandera, recogieron piedras y volvieron.
Aceptó gustoso el préstamo. Tenía interés de por sí, pero aquel pequeño desafío convirtió a la cinta en algo personal. Ya en su casa, antes de poner en marcha el video y acomodarse en el sofá, sacó de la profundidad de un armario una carpeta a punto de reventar con una etiqueta manuscrita en un borde: «Apolo 11 – Julio 1969». Extrajo el contenido, decenas de fotos y páginas extraídas de libros e internet, y lo distribuyó sobre la alfombra. Seguiría la aventura de Armstrong y Aldrin al completo intentando encajar en las imágenes en blanco y negro de esa cinta todo lo que había visto y leído durante los últimos años. Y además, al día siguiente disfrutaría de su victoria en forma de billete de diez euros.
-…And we are getting a picture on the TV! (…¡Y tenemos una imagen en la TV!)
Armstrong descendiendo de la escalerilla.
Así comenzaba. Una silueta difusa y sin contraste de un astronauta inmóvil en una escalera. La voz era la de Bruce Mac Candless, el hombre que desde Houston comunicaba con la nave posada en el mar de la Tranquilidad. Armstrong bajaba con mucho cuidado, con mucha prudencia, hasta con inseguridad, pero en todo caso mucho mejor que cualquier otro ser humano con sentido común en su situación. Habían pasado unos quince minutos desde que abrieron la escotilla del modulo lunar, y seis horas y media desde el alunizaje. Ayudado por las indicaciones de Buzz Aldrin, Armstrong había salido de la cabina y ahora acababa de accionar el mando de despliegue del MESA, siglas de Modular Equipment Stowage Assembly, una bodega con instrumentación diversa, que activaba a su vez el despliegue y puesta en marcha de la cámara de televisión dirigida hacia la escalera.
El lugar, llano y libre de los cráteres peligrosos que salpicaban las proximidades, fue escogido por Armstrong a unos segundos del agotamiento de combustible. El artefacto que los hombres de 1969 habían construido y arrojado hacia la Luna a una velocidad inconcebible se había posado en ella con la suavidad de un ave.
La escalera estaba sumergida en la sombra, en el frente del módulo, que en su alunizaje había seguido trayectoria de este a oeste lunar. El Sol se encontraba detrás, en el este, no muy alto sobre el horizonte. Cientos de millones de ojos observaban aquella silueta, inquietos pero esperanzados. La Luna, en cuarto creciente, ya se había ocultado en Europa, pero en el hemisferio americano era aún visible junto a sus acompañantes de esa noche, Júpiter y la estrella Spica. Eran las 4.56 del lunes 21 de julio en la península ibérica, las 22.56 del domingo 20 en Houston. Horarios diferentes por convenio, pero en definitiva el mismo instante en todas partes.
Mario se preguntó cuántos hombres, desde el primer homínido que observara fascinado la presencia incomprensible de la Luna, habrían soñado con vivir aquellos minutos trascendentales. Él había sido de los afortunados. Recordaba haber presenciado el alunizaje ante un viejísimo televisor, y a su madre despertándole horas después, como le había prometido, cuando se anunció que Armstrong salía de la nave.
-I´m at the foot of the ladder.
Armstrong tiene sus botas sobre la pata del módulo, un elemento en forma de bandeja. Han pasado dieciséis minutos desde que se abrió la escotilla, momento en que oficialmente dio inicio la actividad extravehicular, convenientemente abreviada en inglés como EVA. Examina la superficie, la toca con la punta de la bota. Con prevención, sin soltarse del todo, entra en contacto. Es el momento.
-That´s one small step for a man… (Es un pequeño paso para un hombre…)
A Mario se le vino a la cabeza una frase de Borges: «Salvo en las severas páginas de la Historia, los momentos memorables prescinden de las frases memorables». Y pensó que a buen seguro podía aplicarse con acierto a cualquier pasaje, salvo que el protagonista no preparara sus palabras con mucha antelación y esmero, como en este caso. El tercer hombre en pisar la Luna, Conrad, del Apolo 12, extraordinario astronauta y personaje de gran sentido del humor, fue más prosaico unos pocos meses después:
-Whoopie! Man, that may have been a small one for Neil, but that’s a long one for me… (¡Yuupi! Hombre, ese pudo haber sido un pequeño paso para Neil, pero para mi es muy grande… )
Armstrong, fuera del campo de la imagen, describe el suelo ante la única mirada de Aldrin. Allí estábamos, se dijo Mario, en otro mundo, buscando algunas pequeñas respuestas para las grandes preguntas. Y bien mirado, pensó, desde el punto de vista de la historia del hombre y de su tecnología, la fragilidad del proyecto lo dibujaba como una aventura fuera de época. Para Mario, Colón no hubiera sufrido riesgos mucho mayores que esta misión Apolo de haber alcanzado América subido a una balsa de troncos. Y en lo que se refería a la capacidad técnológica, la hazaña le parecía desproporcionada para los medios existentes. Algo así como si Napoleon hubiera conseguido construir aviones que cruzaran el canal con las técnicas de inicios del XIX. El empuje tecnológico provocado por la guerra fría había sido espectacular, pero en algunos campos que hoy se encuentran en pleno avance los hombres de 1969 sólo contaban con nociones. Era la época del televisor de válvulas, de los primeros transistores. IBM aún no había desarrollado el primer chip, no lo haría hasta 1971. Se admiraba a quien poseyera un teléfono, un objeto que aún conservaba un aura mágica. El ordenador del módulo lunar, una cabina de tamaño similar a las de los actuales PCs, solo poseía unos 40 K de memoria. Muchas de las piezas de la nave no tenían precedentes. Y sin embargo, se repitió Mario, allí estábamos.
Aldrin hace llegar la cámara a su compañero mediante el LEC, una larga tira en bucle que se sujetaba en la cabina y que debía servir luego para subir las cajas de muestras desde la superficie. Armstrong toma la cámara y se la fija al soporte que tiene en el pecho de su traje. Sus primeras fotos muestran el suelo bajo el módulo. En ellas aparece la bolsa de basura lanzada minutos antes desde el interior y que ahora había apartado hasta debajo de la nave. Mario sonrió al revisarlas: antes que insignias o banderas, antes de convertir ese pequeño rincón lunar en territorio sagrado se utilizó como vertedero. El blanco luminoso del recipiente contrasta con la oscuridad del suelo. La bolsa aún sigue allí, formando parte del monumento.
Armstrong termina su muestreo de contingencia, una primera y rápida toma de muestras por si la misión se interrumpía antes de tiempo, y guarda el material obtenido en uno de sus bolsillos. Hace notar que aunque la superficie es blanda, pasados unos centímetros el suelo es muy duro. Ahora guía a su compañero en la difícil salida del módulo, que Buzz Aldrin ejecuta de la misma forma que él: boca abajo, sacando primero las piernas por la escotilla, reptando con la cara y el pecho pegados al suelo para poder pasar la mochila, y luego intuyendo dónde comenzaba la escalera.
Buzz Aldrin: -La cámara de reserva está posicionada.
Antes de poner el pie en el primer peldaño, Aldrin ha depositado una cámara fotográfica de reserva en el suelo del módulo para poder alcanzarla desde allí en caso de necesidad. Curiosamente solo se utilizó una en todo el paseo, una maravillosa máquina Hasselblad que por fortuna no sufrió ni caídas ni averías. ¿Qué hubiera sido de todo aquello sin las fotos?, se preguntó Mario.
Buzz Aldrin: -Ahora quiero retroceder y cerrar parcialmente la escotilla. Asegurándome de no bloquearla en mi salida.
Neil Armstrong (riendo): -Un pensamiento particularmente bueno.
Los astronautas van describiendo cada una de sus acciones. La escotilla se entornaba para prevenir el calentamiento de la cabina. Cerrada, sólo en caso de una presurización accidental hubieran tenido problemas en abrir desde el exterior. Buzz llega a la bandeja que recibía a los astronautas antes del gran paso. Salta para regresar al último peldaño, como hizo Armstrong y ordenaba el plan. Se queda corto en su primer intento, pero lo consigue en el siguiente. Vuelve a bajar. Y entonces, aún agarrado a la escalera, mira.
B: -Beautiful view! (…) Magnificient desolation!
Buzz siempre pareció un poco más cálido que Neil, hombre muy reservado antes y después de este viaje. Con veinte años participaron en el conflicto de Corea, en donde ambos realizaron decenas de misiones. Habían sido guerreros, como la gran mayoría de los exploradores y descubridores a lo largo de la historia. La NASA no buscó gente sensible, permeable a las emociones que provocaría este fantástico viaje en una persona normal, sino superhombres capaces de seguir el plan con rigor, con concentración máxima y sin riesgo de alteración por muy grave y peligroso que fuera un problema. A su vuelta, Aldrin comentó que el continuo estado de alerta y la disciplina fueron los factores clave en el éxito de la empresa. Ciertamente así debió ser, se dijo Mario. Hubo innumerables pasos en el programa en los que el factor humano podía haber provocado el fracaso de la misión, e incluso una catástrofe.
B: -… very fine powder…
Mario no supo si traducirlo por polvo o pólvora. Pensó que ésta sería una metáfora acertada, porque había peligro en cada paso. Las rocas se volvían resbaladizas bajo las pisadas puesto que el polvo actuaba sobre ellas como un lubricante. Considerando el riesgo, se dijo, que minutos después aceleraran sus zancadas, o que en otras misiones los astronautas llegaran incluso a trotar, podía calificarse de imprudencia temeraria.
Aldrin ha pisado la Luna treinta y cinco minutos después de que Armstrong abriera la escotilla. Prueba a arrodillarse y se levanta sin dificultad. Se desplaza y explica a Houston y al resto del planeta unas descripciones geológicas básicas y algunos aspectos del movimiento. Por ejemplo comenta que al mover los brazos no se despega de la superficie. Entretanto, Neil cambia la lente a la cámara de televisión en el MESA, la pequeña bodega que serviría de soporte para la mayoría de las preparaciones de instrumentos y recipientes. Luego desenvuelve una placa instalada en la escalera. En las difuminadas imágenes de televisión se les ve a ambos juntos en primer plano. Es Neil quien la describe y la lee.
N: – Aquí, hombres del planeta Tierra se posaron por primera vez en la Luna, Julio de 1969 D.C. Vinimos en paz en nombre de toda la Humanidad.
Neil Armstrong era uno de los astronautas mejor considerados por el equipo de selección de la NASA. Mucho tuvo que ver con esa valoración su conducta durante el vuelo del Gemini 8, cuando en plena órbita un fallo de un motor hizo que la nave girara sobre sí misma hasta alcanzar un giro por segundo, de tal modo que se temió que él y su compañero Scott llegaran a perder el conocimiento. La sangre fría de Armstrong solventó la crisis, estabilizando la nave y regresando de inmediato a la Tierra. Hubo más pruebas fehacientes de su capacidad ante los momentos críticos: durante el entrenamiento de esta misión, tuvo que tripular una nave simuladora del modulo lunar que ascendía a unas decenas de metros del suelo y cuya fiabilidad era escasísima; en una de las sesiones una avería fatal la dejó sin sustentación, pero logró saltar en paracaídas muy poco antes del impacto. Deke Slayton, jefe de astronautas, el personaje de mayor influencia en las designación de tripulaciones, cuenta en su libro autobiográfico que en 1967 el hombre que guardaba en la cabeza y en el corazón para dar los primeros pasos en la Luna era su amigo Gus Grissom. Cuando Grissom murió en el Apolo 1, Slayton confeccionó una reducida lista de candidatos: Frank Borman, Jim Mc Divitt, Tom Stafford, Neil Armstrong y Pete Conrad. Borman se retiró tras comandar el Apolo 8, la primera nave tripulada que viajó a nuestro satélite. En la misión Apolo 9, Mc Divitt lideró el trío que probó en orbita terrestre el módulo lunar. Stafford fué el comandante del Apolo 10, una expedición cuyo principal objetivo consistió en descender el módulo a solo unos kilómetros de la superficie de la Luna. Pudo ocurrir algo muy distinto, porque durante los preparativos del viaje la angustia de la carrera con los rusos provocó que en la NASA se llegaran a preguntar si no convendría que Stafford alunizara sin necesidad de más ensayos. La prudencia imperó. El turno fué para Armstrong y sus compañeros Aldrin y Collins. Si alguna enfermedad o accidente les hubiera impedido tripular la nave, el grupo de reserva formado por Lowell, Anders y Haise les hubiera sustituido en el Apolo 11. Y seguramente Jim Lowell se hubiera convertido en el primer hombre en pisar la Luna. Por otro lado, de haber surgido un problema que imposibilitara el alunizaje a Armstrong y Aldrin, Conrad, con el Apolo 12, hubiera remplazado a Armstrong en los libros de historia.
Aldrin extrayendo el sismómetro y el reflector de láser. En primer plano, la cámara Gold. Al fondo, la vela solar y la cámara de TV.
También son conocidos los esfuerzos previos de Buzz Aldrin para recibir ese honor una vez claro que el Apolo 11 alunizaría en primer lugar. Un argumento favorable consistía en que en los Gemini y en los Apolo anteriores las salidas al espacio siempre las realizaba el segundo de a bordo. Él por ejemplo, llevó a cabo un paseo de cinco horas y media en el Gemini 12. Al final parece que zanjó el dilema el diseño de la escotilla del modulo, que hacía más fácil la primera salida al comandante. Estimado Aldrin, consuélate, pensó sonriendo Mario, si hubieras sido el primero el protagonista de la foto más famosa hubiera sido Armstrong. Recordó entonces la avanzada edad de ambos en la actualidad y el triste hecho de que hubieran desaparecido ya tres de los doce hombres que pasearon por aquellos lejanísimos parajes, los únicos doce seres humanos que han paseado por otro mundo. A Conrad, al jovial Conrad, el destino le reservó una cruel paradoja: falleció tras un accidente de moto en una curva cualquiera del planeta Tierra. Otros dos, Irwin y Shepard, murieron a causa de graves enfermedades. El tiempo no hace excepciones, pensó Mario. Los primeros paseos lunares son acontecimientos que en unas décadas quedarán en ese territorio oscuro de la Historia en la que ya no hay testigos. Poco a poco está moviéndose del pasado cercano al pasado profundo, el de las hojas amarillentas y las imágenes idealizadas. A la Historia de verdad.
Mario observó como Neil tomaba la cámara de televisión y se dirigía hacia el noroeste. La cámara sigue en marcha, y el astronauta se lleva el burdo ojo en blanco y negro de la humanidad a unos veinte metros de distancia. Era el ojo ávido y único de sus contemporáneos, que permanecían admirados en el pequeño planeta en cuarto menguante que ambos veían en lo alto y que podían cubrir con cualquiera de sus manos enguantadas.
B: -Gira hacia tu derecha, sería mejor.
N: -No quiero entrar en el Sol si puedo evitarlo.
Mientras intenta fijar la cámara, Neil evita apuntarla hacia el Sol. Es un aparato muy sensible, y el resultado hubiera sido similar al de Alan Bean, el cuarto hombre, que averió por ese motivo su cámara en color. De la fructífera expedición del Apolo 12 sólo quedan fotografías. Magníficas, por otra parte.
Mac Candless: -Tenemos una bonita imagen, Neil.
Buzz trabaja en el MESA preparando el experimento del viento solar. Neil gira la cámara y muestra el panorama evitando la luz directa. Apuntando al sur, sigue las indicaciones verbales de Houston para encuadrar el módulo y parte de lo que será la zona de trabajo, y finalmente fija la posición del aparato. Ese encuadre será definitivo. Ahí está al fondo, el módulo lunar, de unos siete metros de altura. El Sol, fuera de campo, a la izquierda, al este. Sólo se observa una pequeña zona de sombra, que oscurece el MESA y la escalera. Aparece también una inoportuna raya en la imagen, que curiosamente va a quedar casi vertical y muy cerca del lugar en donde plantarán la bandera. Durante años, al ver imágenes sueltas de esta fase del paseo, Mario llegó a pensar que se trataba de algún instrumento clavado en el suelo por los astronautas, pero según leyó ahora, la causaba un reflejo formado en el interior de la cámara. El área de trabajo resultará a grosso modo un rombo irregular de una extensión aproximada a la mitad de un campo de fútbol. Sabía que la extensión total de la superficie lunar es de unos 38 millones de kilómetros cuadrados, y recordando que por ejemplo el continente africano tiene unos 30 millones, Mario se hacía una idea fácil de la modestísima magnitud del terreno estudiado en esta primera expedición.
Buzz instala a pocos metros del módulo el colector de viento solar, una hoja de aluminio de 30 x 140 cm, que durante algo más de una hora recogerá iones de helio, argón y neón. Neil toma un par de fotografías. Buzz advierte al clavar el colector que a partir de unos diez centímetros el suelo es muy duro y muy difícil de penetrar. Al poco, aproximadamente tras una hora de actividad extravehicular, comienzan a montar la bandera, operación que les llevará algún minuto más de la cuenta.
Mac Candless: -Columbia, Columbia, aquí Houston.
Llaman a Collins, el astronauta olvidado, que en su nave Columbia gira sobre la Luna completamente solo. Mario casi ni se acordaba de su rostro. Revisando fotos se encontró con una imagen de los tres con traje y corbata, examinando ya en la Tierra una roca lunar. La foto les retrataba con sorprendente fidelidad: Armstrong observaba la muestra fríamente, Aldrin casi fascinado y Collins parecía querer mantenerse en segundo plano hasta en esa situación. En un libro aparecía una frase que Collins pronunció en el viaje de ida y que merecería un recuerdo: «Houston, Apolo 11… Tengo el mundo en mi ventana». Mario llegó a estremecerse tratando de imaginar los sentimientos de ese hombre cuando pasara por la cara oculta, sin comunicaciones, metido dentro de un pequeño artefacto a más de 300.000 kilómetros de su planeta, a solas con la Luna entera.
Collins: – (…) ¿Cómo va todo?
Mc: -La EVA se está desarrollando maravillosamente. Creo que están colocando la bandera ahora.
C: -¡Estupendo!
Mc: -Creo que eres la única persona que no tiene imagen de la escena.
Clavaron el asta a medio camino entre la cámara y el módulo pero hubo dificultades. No pudieron introducir más que unos pocos centímetros y les fue difícil que mantuviera el equilibrio. Además, no hubo forma de desplegar por completo la varilla telescópica de la bandera a pesar de los esfuerzos de ambos y tuvieron que instalarla en el asta sin extenderla del todo. En las fotos la enseña se aprecia arrugada. Horas después, al despegar el módulo la ignición llegó a afectarla. Está claro, pensó Mario, que algunas perfecciones estéticas sólo se alcanzan en Iwo Jima o en las películas.
Neil trabaja en el MESA, preparando la toma de muestras. Buzz camina ante la cámara probando diferentes formas de paso y explicando a Houston sus sensaciones.
B: -Hay que ser muy cuidadoso para mantener en el camino tu centro de masas. A veces, lleva dos o tres pasos asegurarse de que tienes los pies debajo de ti.
Complica sus movimientos el traje, una obra maestra de la ingeniería de la época que suministra la temperatura adecuada y oxígeno durante unas cuatro horas. El peso total del astronauta, unos 160 kilos en la Tierra, se reduce en la Luna a menos de 30, pero la masa es la misma, lo que convierte a la inercia en un factor de gran riesgo. Para frenar hay que planear los pasos con mucha antelación. Como añadido, el macuto desplaza el centro de gravedad. Mario pensó en el hecho de que sólo unos pocos centímetros de material les separaba de una muerte segura. Y meditó sobre nuestra asombrosa capacidad de adaptación: no solo Aldrin llevaba media hora en la Luna y ya caminaba como si lo llevara haciendo toda la vida, sino que a buen seguro también se habrían acostumbrado los espectadores que estuvieran contemplando sus movimientos en 1969. Los del presente, tras tantas imágenes reales de astronautas y películas de ciencia-ficción, verán este paseo como lo más normal del mundo. ¿Por qué no caminaban más rápido?, se preguntarán muchos.
Mario leyó en documentación extraída de la red que hubo primeros proyectos de la misión Apolo en los que se contemplaba sacar un solo hombre del módulo unido a éste con un cordón umbilical. Había un temor razonable, porque se trataba de que un ser humano caminara en otro mundo, un mundo desconocido, en un ambiente extremadamente agresivo y enfrentado a muchos factores de los que poco se sabía. Por fortuna se llegó a inventar el traje autónomo. Ver a Armstrong moverse en la Luna sujeto a la nave por un tubo flexible no hubiera sido lo mismo.
Aldrin prueba diferentes formas de desplazamiento: el convencional, es decir, un pie por delante de otro, el de zig-zag, que no le disgustó, y el de canguro, que le ofrecía menos estabilidad.
Mc: -¿Podríais poneros ante la cámara un minuto, por favor?
Les va a hablar Nixon. La pantalla se divide en dos y aparece el presidente, en color, en la mitad izquierda, dirigiéndose a los astronautas, que permanecen inmóviles. A Mario le resultaba impresionante tal maravilla técnica para aquella época, y reconoció que lo seguiría siendo ahora. Nixon se luce con su frase final:
Nixon: -(…) Durante un momento invaluable en la historia entera del Hombre, todas las personas de la Tierra son auténticamente una: una en el orgullo de lo que ustedes han hecho, y una en nuestras plegarias para que vuelvan sin novedad a la Tierra.
Neil Armstrong: -(…) Es un gran honor y un privilegio para nosotros estar aquí representando no solo a los Estados Unidos sino a los hombres de paz de todas las naciones…
Mario recordó que su país no sólo estaba en plena guerra fría, sino en la fase más sangrienta de la guerra de Vietnam, cuando perdían decenas de soldados al día y desde la Casa Blanca se ordenaba alfombrar con bombas el territorio enemigo. Nixon se despide y cierra un envidiable momento de grandeza. Menos de tres años después decidiría enviar a unos subordinados a espiar a sus rivales políticos en aquél famoso hotel de Washington y comenzaría a hundirse bajo las consecuencias de su infamia.
Han sido casi dos minutos. Los astronautas prosiguen con su trabajo. Buzz toma un spray y lo dispara en varias direcciones, ejecutando un pequeño experimento denominado de cohesión-adhesión. Luego patea el suelo y hace notar que la mayoría de las partículas toman el mismo ángulo y velocidad. No hay una atmósfera que las esparza en su trayectoria.
B: -…¡Cuidado, Neil! Estás sobre el cable.
El cable de la cámara. Los astronautas no pueden ver sus pies, y Neil se ha enredado en uno de los inesperados bucles del cable. Ayudado por Buzz, Neil se lo quita de encima. Como cuando leyó que las rocas se hacían resbaladizas, Mario volvió a preguntarse qué hubiera sucedido si por una mala caída el traje del astronauta se hubiera dañado. El cable es blanco, pero pronto se cubrirá con el polvo que originan las pisadas de los astronautas y hará más difícil advertirlo. Los tripulantes de los Apolo 12 y 14 siguieron sufriendo el mismo problema, agravado por otra línea de una antena de onda corta que debían desplegar a unos metros de sus naves, y aunque gracias a la cámara sin cables del vehículo Rover el de la TV pudo eliminarse en los Apolo 15, 16 y 17, en estas expediciones se usó cableado para nuevos equipos científicos, por lo que los disgustos persistieron.
B: -El color azul de mis botas ha desaparecido completamente (…).
Buzz estaba molesto con la manera en que se adhería el polvo. Los siguientes astronautas, que realizaron más de una salida y de mayor duración, cargaron grandes cantidades al interior de la nave en trajes y en botas. Sin duda, en el momento en que ya de vuelta al módulo Armstrong o Aldrin se quitaran el casco se produciría el auténtico primer contacto. De existir microbios en la superficie se hubiera tratado del instante crítico. Mario leyó que en aquella diminuta atmósfera terrestre olía a pólvora de fuegos artificiales. Ese era el olor de la Luna.
Mc: -Buzz, te estás cortando al final de tus transmisiones. ¿Puedes hablar más cerca de tu micrófono?
Por motivos desconocidos las transmisiones de Aldrin se entrecortaban a menudo. Los problemas se hubieran solucionado desplegando la gran antena de onda corta en forma de paraguas que se usó en las misiones 12 y 14, pero la tarea hubiera llevado veinte minutos, y el tiempo no les sobraba en absoluto. Durante todo el paseo se aprecia el agobio a que les somete el reloj, que recorta las tareas que habían sido planeadas fríamente en despachos de la Tierra y embutidas después a presión en el programa de actividades. El trabajo apenas les va a dejar margen para meditaciones y pensamientos profundos. Según Aldrin, durante el periodo de cuarentena, alguien les ofreció contemplar estas imágenes, y tras disfrutarlas dijo a Armstrong: ?¿Sabes Neil?, ¡nos lo perdimos todo!. Explicó que quiso decir que no disfrutaron de la emoción, de las reacciones, del sentido de participación que compartieron millones de personas, que sintieron que sus vidas se verían afectadas y cambiarían de alguna forma a causa de esta hazaña. Pero seguro, pensó Mario, que estos dos hombres también se perdieron muchos momentos de reflexión, de alegría, de temor y de sobrecogimiento. Tal vez, durante una buena parte de la misión no fueran conscientes realmente de dónde estaban: más lejos que nadie, completamente solos, completamente vulnerables, en un lugar en donde cualquier pequeño problema podría significar no volver nunca. Desafiando gravemente a la Naturaleza, que tras millones de años sólo nos ha formado para vivir en algunas partes de la Tierra.
Neil toma muestras fuera del campo de imagen, alejándose de la zona próxima al módulo, quizá contaminado por restos del combustible. Buzz detalla sensaciones térmicas y del color de la superficie. Luego se encarga de la cámara de fotos y obtiene imágenes de la huella de su bota, cumpliendo otra de sus tareas programadas. Mario leyó ahora que sorprendentemente, por una serie de equívocos, la NASA sostuvo durante mucho tiempo que sólo Armstrong había utilizado la cámara, fijada a su pecho durante la mayor parte del paseo. A través de las borrosas imágenes de la televisión no hubo manera de advertir que el aparato cambió de manos en alguna ocasión, como en ésta. La mayoría de las fotos son obra de Armstrong, no solo el primer hombre en la Luna, sino el primer fotógrafo, pero Aldrin no fue el modelo único. Éste tomó fotos panorámicas, e incluso una de Armstrong, trabajando en el MESA.
B: -¿Cómo va el ´bulk sample´, Neil?
N: -El ´bulk sample´ está siendo sellado.
Era el muestreo masivo, una recogida de polvo y rocas no seleccionadas, cuyo recipiente Armstrong cerraba en el MESA. Según los expertos, hizo una gran labor en el trabajo de toma de muestras, no solo por la cantidad de material recogido sino por su diversidad. Una hora y ventiocho minutos. Según las cuentas que llevaba Mario, quedaba poco más de una hora para que volvieran al módulo. Y por cierto, un tiempo parecido para confirmar que había ganado su apuesta.
B: -¿Quieres tomar algunas fotos particulares del área del ´bulk sample´, Neil?
Están cerca de la escalera y, aunque no se distingue en la imagen de televisión, Buzz devuelve a Neil la cámara fotográfica y se aleja en dirección al Sol.
N: -Para y vuélvete.
Es entonces cuando le hace la fotografía que todo el mundo conoce, la más célebre de todas. Buzz parado al borde de un pequeño y suave cráter, reflejando a Neil y al módulo en el cristal de su casco, y a su espalda la desolación lunar que se va apagando hasta el negrísimo horizonte. La imagen resultó inquietante para algunos, que vieron en ella la representación del hombre robotizado, pero otros, como Mario, sólo encontraban símbolos positivos. Para él, la ausencia del rostro concreto de Aldrin había sido un auténtico golpe de fortuna porque nos ayudaba a identificarnos con el astronauta. De algún modo todos, contemporáneos, antecesores y descendientes, estábamos dentro de aquel traje.
Edwin «Buzz» Aldrin en primer plano, y Neil Armstrong reflejado en el casco mientras toma la foto.
Mc: -¿Habéis sacado ya la cámara close-up del MESA?
N: -Negativo. Gracias.
La cámara close-up, o de primer plano, era también conocida como la cámara Gold. Con la ayuda de un largo mango, debía situarse sobre el suelo para realizar fotos estereoscópicas de la capa superior de un área de pocos centímetros. Se obtendrían así imágenes tridimensionales que ayudarían a demostrar la teoría de la superficie de algodón dulce, propuesta años antes por el radio astrónomo Tom Gold. Según ella, la superficie estaba cubierta por una profunda y muy blanda capa de polvo suelto, casi en levitación por la baja gravedad y la acción electrostática. Antes de los primeros alunizajes suaves de los Surveyor en 1966, incluso llegó a temerse que una nave se pudiera hundir, una idea exagerada que llegó a alentar el propio Gold, y que ayudó a que la teoría se desacreditara luego con más contundencia de la que tal vez se mereciera. Los astronautas aceptaron de mala gana la introducción de esta herramienta en el programa. Según Armstrong, por añadirla al final de su preparación, algo que les irritaba enormemente.
Mientras Neil saca esa cámara, Buzz utiliza la Hasselblad. Al poco hacen un paréntesis y examinan el LM, el módulo lunar. En caso de algún daño de gravedad, sus comentarios solo hubieran servido para las siguientes misiones. Antes de iniciarse el viaje tuvieron el soporte de cientos de técnicos, toneladas de material y la posibilidad de aplazar el despegue. Ahora estaban solos y únicamente tendrían una oportunidad de que todo saliera bien.
N: -No noto anormalidades en el LM (…).
B: -Es muy sorprendente la ausencia de penetración de las cuatro patas (…) Dos o tres pulgadas, ¿verdad, Neil?
N: -Como mucho, sí.
Vista de la Tierra desde la Luna.
Toman una foto de la Tierra, que se encuentra casi sobre sus cabezas, encima de la nave. Nuestro planeta aparece pequeño, muy pequeño en comparación con el módulo. Mario reflexionó al contemplar la imagen sobre el hecho evidente de que la presencia de la Tierra era la prueba fundamental de que se encontraban en la Luna. Es como la marca de agua de un billete, pero que funciona en los dos sentidos, porque del mismo modo la Luna es un espejo calavérico que nos identifica. Un planeta hermano que desde los orígenes ha seguido el mismo viaje que la Tierra, y que ha sufrido parecidos efectos devastadores, mitigados en parte en el nuestro por la existencia de la atmósfera, un eficiente escudo protector, y maquillados por la vegetación, una hermosa capa cosmética. Recordó la antigua versión de la película El planeta de los simios, y el asombro y la decepción que le causó en los años de su estreno que el protagonista nunca mirara al cielo y descubriera que se encontraba en su planeta, sin que hubiera necesitado llegar al final y toparse con la estatua de la libertad.
Mario trató de imaginarse lo que sentiría él mismo allí, en el lugar de uno de esos dos astronautas, observando a la Tierra suspendida en medio de la nada. Sin más sonidos que el de sus auriculares, el ronroneo de su traje y su propia respiración, quizá tratara de escudriñar los continentes y comparara su planeta con su mano puesta en lo alto. Percibir tan nítidamente la fragilidad de su mundo le llenaría de asombro. Y tal vez terminara paralizándose por el estupor.
B: -¿Podéis vernos por debajo del LM (…)?
Buzz se ha dirigido a vaciar el EASEP, la bodega posterior de la nave, mientras Neil toma fotos de ello a distancia. Ambos dejan de verse en la imagen de televisión.
Mc: -Sí, Buzz, podemos ver vuestros pies (…).
La cámara no se movió, por falta de tiempo. Durante la planificación se pensó en hacerlo para poder observar las siguientes operaciones, pero finalmente se desechó la idea. Lo que han cambiado los tiempos, se dijo sonriendo Mario, ahora tal vez los astronautas recibirían cursos de cine para obtener los mejores encuadres. Buzz tira de una cinta que abre la portezuela y saca el primero de los equipos. La foto distrajo un buen rato a Mario. Le impresionaba el choque visual de los colores plateado, negro y amarillo anaranjado del módulo en medio del paisaje gris, que violentaban millones de años de monotonía cromática. Admirado por la calidad de todas las imágenes que aparecían en libros o en internet, leyó el dato aclaratorio de que hubo bastantes tomas fallidas, debido a disparos accidentales o por baja exposición.
B: -¿Quieres escoger un área, Neil?
Una hora y cuarenta y seis minutos. Neil busca un sitio conveniente para desplegar los dos dispositivos que su compañero ha extraído de la bodega. Los instrumentos fueron escasos en esta misión, porque las preocupaciones técnicas por el alunizaje prevalecieron y limitaron al mínimo el equipo científico. Los elementos que se guardaban en el EASEP consistían en un sismómetro que registraría sacudidas sísmicas lunares e impactos de meteoritos, y un reflector de telemedida por láser para medir la distancia Tierra-Luna. Estaciones situadas en Texas, Arizona y California apuntarían sus haces hacia este reflector, que los devolvería a su punto de origen. Buzz cierra la puerta para evitar el calentamiento del interior. Toma los dos voluminosos paquetes y se los lleva a un área cercana indicada por Neil, a unos veinte metros al sur del módulo. Durante varios minutos no se les verá en las imágenes de televisión. Mario se conformó con escucharles mientras revisaba algunas fotos.
B: -Va a ser un poco difícil encontrar un sitio bien nivelado aquí.
Debido a la ausencia de gravedad, que hacía sentir los pesos diferentes, y al desplazamiento del centro de masas del cuerpo, causado por el traje, la tarea de apreciar si una zona está nivelada no resulta sencilla. Los instrumentos debían quedarse estables permanentemente, pero la consistencia del suelo tampoco ayuda. Neil despliega el reflector de láser. Buzz el sismómetro, pero se le presentan grandes dificultades para nivelarlo. No hay manera de poner la bola que sirve de indicador de nivel en el centro de una escala.
N: -Esa pequeña copa está convexa ahora, en lugar de cóncava.
Mc: -Si creéis que está nivelado a ojo, adelante.
Desde Houston apremian porque los astronautas han gastado varios minutos en la tarea, y el tiempo se echa encima. Una hora, cincuenta y ocho minutos.
Estaba recordando Mario que el polvo lunar se originó por los meteoritos que durante millones de años han impactado en la superficie y han creado una capa de roca pulverizada de unos metros de grosor, y se preguntó entonces qué hubiera pasado si Armstrong o Aldrin hubieran sufrido la caída de uno de ellos. No había protección posible ante el impredecible peligro de que existieran objetos que cayeran a 20 kilómetros por segundo y que atravesaran fatalmente la nave o el traje de un astronauta. El único instrumento defensivo que utilizaron los diseñadores de la misión y al que se asían los astronautas era una ciencia abominable para algunos científicos: la estadística.
Visto el conjunto de misiones Apolo en su totalidad, Mario estaba de acuerdo con los que deducían que el gran éxito que supuso no perder astronautas provocó que viajes y paseos lunares se creyeran fáciles y rutinarios. Observando los números, ir y volver a la Luna pareció resultar menos arriesgado para un ser humano que subir a los ocho miles, desafíos en los que los porcentajes de víctimas son escandalosos. La aparente falta de peligro hizo que para el público las expediciones lunares perdieran valor.
Dos de nuestros semejantes estaban en la Luna, trabajando como si nada, se dijo mientras observaba a Aldrin y Armstrong en las fotos. Y dejando aparte el empeño político del viaje, ¿qué hacíamos en aquel lugar? Tal vez lo que decía Sagan: intentando satisfacer el deseo de perpetuarnos más allá de nuestras vidas limitadas. Ese impulso por explorar el espacio le resultaba a Mario una necesidad natural del ser humano, y en su caso, una necesidad personal. Le fascinaban todos los viajes que siguieron al de Gagarin, que tuvo los arrestos de meterse dentro aquel misil intercontinental en misión pacífica y dar la vuelta a la Tierra en noventa minutos. Sin embargo, en nuestra época no se vislumbran objetivos espaciales asequibles. Y el universo parece poder explicarse sin necesidad de las fantásticas expediciones con que soñaban de niños él y toda su generación. Por eso últimamente le hizo pensar tanto aquella pregunta sin respuesta de Sagan: ¿podría una civilización compuesta por inmortales considerar la exploración interestelar como algo en el fondo propio de niños?
Mc: -Hemos estado observando vuestros consumibles y estáis en buena forma. Bajo vuestra conformidad, nos gustaría extender la duración de la EVA quince minutos sobre la nominal.
Bruce Mac Candless, la voz de Houston, tardó muchos años en convertirse en astronauta, pero tuvo su recompensa en 1984. Ese año realizó su primer viaje al espacio como tripulante del Challenger, y en 1990 formó parte del equipo que desde el Discovery puso en órbita al Hubble.
Mc: -Estamos estimando unos diez minutos para el muestreo documentado.
En el plan inicial esa actividad iba a durar treinta minutos, pero ya queda poco tiempo. Las pequeñas pérdidas de tiempo han provocado un retraso general. Buzz se acerca al MESA a preparar el tubo que introducirá en el suelo para extraer una muestra. Al fondo, entre el módulo y el horizonte, se observa unos momentos a Neil, que debe comenzar el muestreo documentado, pero que trota antes hacia el cráter Este, a unos 60 metros de la nave. Desde allí toma una panorámica espléndida. Leyó Mario que en el tramo que Armstrong recorrió en ese momento se movió a unos 3.2 kilómetros por hora. Otras tripulaciones, con más confianza, llegaron a los 5 kilómetros por hora en algunos desplazamientos. En cuanto a distancia, a los astronautas que no llegaron a disponer del vehículo Rover, los del Apolo 12 y 14, se les permitió caminar hasta kilómetro y medio.
Mc: -Buzz, te quedan diez minutos para comenzar tus actividades de terminación de la EVA.
Poco más de tres minutos después de partir hacia el cráter Neil vuelve hasta Buzz, que ya ha preparado su primer tubo para extraer una muestra del suelo, y se dirigen juntos a las cercanías de la vela solar. Un mal diseño del instrumento hizo que Buzz no consiguiera hundirlo más allá de unos diez centímetros. El suelo se compactaba al introducirlo. Neil hace una foto y Buzz saca el tubo .
B: -Casi parece húmedo.
El material adherido da esa sensación.
B: -Espera un momento. Espera un momento.
N: -¿Cable?
Efectivamente, otra vez el cable.
Mc: -Nos gustaría que consiguierais dos tubos y el viento solar.
El tiempo se agota y hay que marcar preferencias. Mario imaginó la tensión en Houston entre los cientos de técnicos que intervenían en el proyecto y sus oraciones para que todo aquello terminara bien. Buzz repite la operación con un segundo tubo.
Mc: -Neil, después de que tengáis los dos tubos y el viento solar, cualquier cosa que puedas meter en la caja sería aceptable.
Buzz, que ya ha extraído del suelo el segundo tubo, desprende la ´vela´ y la recoge.
Mc: -Buzz, es el momento para que comiences tus actividades de terminación de la EVA.
Se ve a Neil, en el lado de la escalerilla, recogiendo rocas con una herramienta alargada y metiéndolas en una bolsa. Mac Candless les recuerda que tomen el carrete de la cámara Gold antes de que Buzz suba a la nave.
B: -No tienes nada en estos muestreos de entorno, ¿verdad?
N: -Aún no.
B: -Bueno, no creo que tengamos tiempo.
Mario leyó que desde el módulo habían visto rocas de interés que luego no pudieron recoger. Armstrong explicó que sufrieron parecido problema al de un niño en una tienda de caramelos.
Mc: -Démonos prisa en coger el carrete de la cámara Gold y en cerrar el contenedor de muestras. Vamos un poco mal de tiempo.
Buzz saca el carrete de la Gold. Y se dispone a abandonar la superficie de la Luna.
B: -¿Puedes meter rápidamente esto en mi bolsillo y subiré a la escalera?
Armstrong abre el bolsillo en el muslo de Aldrin e introduce el carrete. Ya lo tiene. Entonces Mario elevó el volumen de su televisor para escuchar bien la conversación entre ambos. Era algo prosaico, pero además de diez euros se estaba jugando su orgullo de aficionado a la astronomía y a la astronáutica en particular.
N: -Okay. Let the pocket go.
B: -About closed?
N: -Got it.
B: -Okay. Adiós amigo.
Apuesta perdida. Aldrin se despidió en español. Vaya sorpresa desagradable. Lo cierto es que cuando su amiga se lo comentó como simple anécdota, él se burló sin tener más pruebas que sus recuerdos. No podía creerse que de haber sucedido el régimen de Franco no usara aquella brevísima frase para rellenar las portadas de sus periódicos y sus telediarios con titulares patrioteros del tipo ´La luna habla español´. Aquellos días buscaba con avidez las crónicas en los diarios Pueblo y ABC que su padre se traía a casa. Aún se acordaba del tratamiento espectacular que se dio a la visita a España de los tres astronautas, durante la gira mundial que realizaron por venticinco países, y sobre todo los comentarios ufanos acerca del microscópico regalo de unos gramos de roca lunar. En fín, adiós a diez euros.
B: -¿Algo más antes de subir, Bruce?
Mc: -Negativo, sube la escalera, Buzz.
A Aldrin no le dan tiempo ni para una despedida íntima. ¿Pensaría en regresar en alguna otra misión? Una hora y cincuenta minutos, apenas la duración de una película. Salta al primer peldaño y sube. Según el programa, Neil debía tomar fotos del ingreso de su compañero, pero decide dar preferencia a la toma de muestras y recoge polvo lunar para rellenar una caja. Mario volvió a acordarse de nuestros antepasados, de lo que hubieran dado por tener esas piedras, esos ´pedazos de Luna´. Para muchas culturas antiguas se hubieran tratado de símbolos incuestionables de lo divino.
B: -Saca el carrete de la cámara.
N: -Lo haré.
Hubiera sido tragicómico que se olvidara de hacerlo. Volvieron a la Tierra con kilos de polvo y rocas, pero las fotos, el centenar de imágenes, fueron el mayor tesoro. Ese carrete que manejaba Neil Armstrong era lo más valioso de toda la expedición, algo que verán y recordarán muchas generaciones. Y lo engancha a la primera caja de muestras, que subirá a la cabina con el ´tendedero´, el LEC, la larga cinta en bucle cuyo extremo opuesto se fijaba en el interior de la nave.
B: -Estoy entrando. (…) Y tendré el LEC listo para la primera caja. (..) Ya está. ¿Listo para enviármela?
N: -Sí, espera…
A Neil le costó cerrarla. La tapa no tenía lubricante con el fin de evitar contaminaciones. Se le ve alejándose unos metros para poner el LEC en tensión y hacer ascender el primer envío. Ambos tiran. La operación exige mucho esfuerzo. A pesar de ser atletas bien entrenados, casi superhombres, llevan unos días encerrados en una nave, sin gravedad y sin apenas ejercicio, y ahora llevaban ya dos horas de esfuerzo continuado. Armstrong se movía con precaución, consciente de los peligros que causaban el polvo, las rocas y las diferencias en la consistencia del suelo, que podían provocar un desequilibrio fatal.
N: -Ah-ah.
Si Mario hubiera apostado por esto, también hubiera perdido. El carrete de la cámara se ha desenganchado en las cercanías de la escalera y ha caído desde lo alto. Nunca había oído ni leído nada de ello. El tesoro, por los suelos. Parecía que los espíritus de la Luna habían despertado y luchaban para evitar el robo. Después de un último esfuerzo, Armstrong y Aldrin consiguen desplazar la caja hasta el final del LEC.
N: -Mientras sacas eso, cogeré el carrete.
El carrete está cubierto por el polvo. Houston pide a Armstrong un chequeo de sus constantes para hacerle descansar. Sus pulsaciones han llegado a 160, su mayor índice de toda la EVA. Junto a la escalerilla, coge el gancho del «tendedero» y cuelga la segunda caja.
N: -Chico, esta inmundicia del LEC está cayéndoseme encima mientras hago esto.
Le cubre una lluvia de polvo. Las fuerzas lunares siguen defendiéndose contra los intrusos. Neil dijo luego que en esa operación se sintió como un deshollinador. Al haber posado el LEC en el suelo tras el primer envío prendió mucho polvo, y ahora al levantarlo ese material adherido cayó sobre él. De todas formas su traje no iba a resultar el más sucio de todas las expediciones porque otros astronautas, en especial los que tripulaban los Rovers, aparecían como mineros tras una larga jornada. Mario se escribió una nota mental: cuando vayas a la Luna, no lleves el traje de los domingos.
N: -Espera un minuto. Deja que me mueva hacia atrás.
Se desplaza, poniendo en tensión el LEC, y hacen llegar el envío a la cabina.
B: -De acuerdo. Está desenganchado.
N: -¿Qué hay del paquete de tu manga?
Buzz se había olvidado de algo. Llevaba un pequeño paquete con algunos recuerdos que Neil y él querían dejar en la superficie: un emblema del malogrado Apolo 1, una medalla soviética de Komarov, el astronauta muerto en la Soyuz-1, otra de Gagarin, y una diminuta rama de olivo, de oro, idéntica a una que dieron a sus mujeres.
B: -¿Lo quieres ahora?
N: -Supongo que sí.
Buzz lo lanza desde la nave y Neil lo mueve un poco con su pie. Al poco, se agarra a la escalera y da un gran salto. Un buen guionista hubiera exigido una memorable frase final, pero no la hay. Cuando cierre la escotilla, habrán pasado dos horas y treinta y un minutos, el tiempo de una superproducción.
Mc: -Neil, ¿tenéis el carrete de la Hasselblad?
N: -Sí, lo tenemos. Y tenemos además, yo diría, cerca de unas veinte libras de muestras cuidadosamente seleccionadas.
Mc: -Bien hecho.
Buzz ayuda con sus indicaciones a Neil en su entrada, y cierra la puerta del módulo .
B: -La escotilla está cerrada y asegurada.
Los controles del módulo lunar Águila, Armstrong y Aldrin dentro del Águila concluída la misión; y el módulo lunar dirigiéndose a alunizar.
La cámara seguía funcionando, pero ya no había nadie sobre la superficie de la Luna. El panorama volvía a ser el de los últimos millones de años, a salvo de las correrías de extraños visitantes. El módulo inmóvil y la bandera rígida parecían ahora integrados en el paisaje de absoluta quietud. Mario leyó que los dos astronautas permanecerían allí varias horas antes de despegar. Según las órdenes, deberían tratar de dormir, tal vez la tarea más difícil de todas las del programa. Lo hicieron imposible la luz, la incomodidad de los trajes, los ruidos de la nave, que les alarmaban continuamente, y sobre todo el estado de excitación que habían vivido desde que se separaron de la nave de Collins. Mario los imaginó tratando de relajarse sin ningún éxito, reflexionando sobre lo que habían hecho y sobre lo que les esperaba, respirando el olor de la pólvora, el olor de la Luna que habían introducido en el módulo y que ahora ya estaría en sus pulmones. No conseguirían dormir, y luego, en el planeta que tenían sobre sus cabezas, tampoco les iba a ser fácil. Al regresar serían aclamados como héroes. Un tratamiento merecido que continuará a lo largo de las décadas y de los siglos, por encima del resto de destacados contemporáneos cuyos nombres el tiempo borrará con mucha mayor facilidad.
En septiembre de ese año se anunció que la exploración lunar no continuaría más allá del Apolo 20. Pero fue el Apolo 17 la última nave en alunizar, en 1972. Los materiales que quedaban fueron a parar a museos, y las instalaciones se adaptaron a programas menos ambiciosos. Nunca se regresó a la Luna, evidenciándose así que se trataba de una obra carente de frutos económicos que la compensaran. Fue el fin de un proyecto grandioso generado y alimentado por un pulso político, una empresa tal vez fuera de época, que sirvió para cumplir un sueño de milenios, y para fortalecer la creencia de que cualquier sueño humano puede llegar a alcanzarse. Aún a costa de un esfuerzo desproporcionado.
Bueno, se acabó, se dijo algo malhumorado cuando recordó que la sesión le iba a costar diez euros y una heridita puñetera en el orgullo. Pero en fin, como había sucedido en la carrera espacial, un incentivo mezquino le había ayudado a cumplir una tarea más elevada. Guardó fotos y documentación, sacó la cinta del vídeo, y quedó mirando el televisor sin imagen. Millones y millones de dólares, el esfuerzo de miles de personas, la valentía admirable de un puñado de astronautas, algunas vidas sacrificadas… Nos propusimos alcanzar lo que para nuestros antepasados era territorio de la utopía, y al llegar allí, se disolvió. ¿Mereció la pena? Mario no estaba seguro. Pero parecía un paso inevitable en nuestro afán por perpetuarnos, un propósito que tiene ahora más fuerza en los laboratorios que en el espacio. Y se preguntó otra vez: ¿estaremos en el camino de llegar a considerar la exploración espacial algo propio de niños?
Ramón Oria
Referencias y recomendaciones
La espléndida página ´Apollo Lunar Surface Journal´. Transcripciones, fotos, sonidos, gráficos…
El magnífico boletín de Manuel Montes ´Noticias del Espacio´, gracias al cual encontré direcciones y material de gran utilidad. Ofrece noticias astronómicas muy detalladas y con todo rigor. Muy recomendable.
http://www.amazings.com/ciencia/suscripcionn.html
Hay varios libros escritos por los protagonistas de los viajes lunares. Son muy interesantes «Carrying the fire» de Michael Collins (Apolo 11), «Deke!» de Deke Slayton (el seleccionador de los astronautas para las misiones Gemini, Apolo y Skylab) y «Failure is not an option» de Gene Kranz (el famoso director de vuelo de las misiones lunares, célebre sobre todo por la del Apolo 13). Por desgracia no he encontrado aún ediciones en castellano.
PUBLICACIÓN ORIGINAL EN: SONDASESPACIALES.COM
Más información en:
ESPACIAL.COM: A 35 años del gran salto de la humanidad
ASTROENLAZADOR.COM:
Los diez descubrimientos fundamentales de las misiones Apollo
Imágenes curiosas del Programa Apollo
BREVE RESEÑA:
El 16 de julio de 1969 Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins partieron de Cabo Cañaveral en el lanzamiento más televisado de la historia, el de la misión Apollo XI.
El día 20 de julio entraron en órbita lunar y procedieron a separar el módulo lunar Águila, que sería el encargado de llevar a Armstrong y Aldrin hasta la superficie. Cuando iban a proceder al alunizaje, descubrieron que el lugar señalado estaba lleno de grandes rocas (algunas del tamaño de casas) que lo imposibilitaban, por lo que Armstrong debió tomar el control manual del módulo y empezar a planear hasta encontrar un lugar adecuado; también es cierto que el ordenador encagado de realizar este alunizaje se colgó (aunque era la máxima tecnología disponible en esa época, sólo tenía 64 Kb. de memoria). Una vez en luna firme, se emplearon más de dos horas en hacer todas las comprobaciones y recomprobaciones y en tomar todas las precauciones necesarias antes de abandonar el módulo lunar. El primero en pisar nuestro satélite fue Armstrong, quien al descender por las escalerillas dijo su famosa frase «Es un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para toda la Humanidad». Hecho esto comenzaron con el trabajo científico que consistió en instalar equipos de mediciones diversas y en recoger muestras de rocas lunares.
Ellos fueron los primeros humanos en ver la Tierra llena desde la Luna.
La misión Apolo XI regresó con éxito total el 24 de julio de 1969, con muchos datos científicos y varios kilos de muestras lunares.
Nota completa en: http://www.lukor.com/ciencia/index.htm
GALERÍA DE FOTOS:
Retrato de los integrantes de la Misión Apollo XI: Armstrong, Collins y Aldrin.
El cohete Saturno V despegando, Armstrong y Aldrin desplegando la bandera de E.E.U.U., y la huella de Aldrin en suelo lunar.
Aldrin descendiendo del módulo lunar, saludando a la bandera e instalando un sismógrafo (detrás se encuentra un espejo reflector que se empleó para hacer rebotar un haz de luz laser desde la tierra, y más al fondo una vela solar para recoger partículas provenientes del sol).
Armstrong y Aldrin en el Módulo lunar de regreso desde la luna, para acoplarse al Módulo de Servicio -donde espera Collins- y emprender así el retorno a la tierra; rescate de la tripulación recién aterrizada en aguas del pacífico; Armstrong, Collins y Aldrin en la cámara de cuarentena saludan al Presidente Nixon; desfile y celebración.
Más fotografías de ésta y las restantes misiones Apollo en: http://www.apolloarchive.com/apollo_gallery.html